POR UNA BLANCA VEREDA
Haciendo que suceda
ANTONIO MACHADO EN EL ANDÉN DEL EXILIO
El 28 de enero de 1939 a las 17.30 se bajaron en la estación de Collioure cinco personas que media hora antes se habían subido al tren en Cerbère, el primer pueblo de la costa francesa por el lado oriental de los Pirineos. Eran Antonio Machado, su madre —Ana Ruiz—, su hermano José, la esposa de este —Matea Monedero— y el escritor Corpus Barga, que los había ayudado a salir de la ratonera en que se había convertido el paso fronterizo de Els Balitres, atestado de refugiados que huían de las tropas franquistas.
El jefe de estación de Collioure era un joven llamado Jacques Baills al que le preguntaron si había cerca un hotel. Baills les indicó el mismo en el que se alojaba él, el Bougnol-Quintana, a 10 minutos a pie siguiendo una avenida en dirección al mar. Mientras Matea cargaba el poco equipaje que les había quedado, José ayudaba a su hermano Antonio, que caminaba a duras penas. Padecía del corazón y tenía asma: mal panorama para un fumador empedernido que había pasado horas bajo la lluvia. Tenía 64 años, parecía un viejo. Tiempo antes había escrito a un amigo que se sentía así: viejo y enfermo. Viejo porque pasar de los 60 “son muchos años para un español”. Enfermo porque sus “vísceras” se habían “puesto de acuerdo para no cumplir su función”. Su madre, agotada, le sacaba 20 años. Cuando Corpus Barga la tomó en brazos —“pesaba como una niña”, recordará luego—, la anciana le formuló al oído una pregunta ya convertida en símbolo: “¿Llegamos pronto a Sevilla?”.
Marsellés de 78 años y profesor emérito de Literatura en la Universidad de la vecina Perpiñán, Issorel conoció en 1972 a Jacques Baills, que tenía 27 años el día que se encontró con los Machado y nunca pudo olvidar aquel momento. “Imagínate, fue el encuentro de su vida”, cuenta Issorel camino de la placette —oficialmente, Place Géneral Leclerc—, sembrada de plátanos imponentes con ramas que parecen muñones. “Baills no era un hombre de gran cultura, pero tenía inquietudes: coleccionaba sellos y había estudiado español. Por eso reconoció a Machado. Cuando vio su nombre en el registro del hotel Quintana y al lado la palabra "profesor", recordó unos versos que tenía copiados en su cuaderno de español. Le preguntó si era el poeta y él le dijo que sí. Desde entonces se vieron con frecuencia”.
Fue el 22 de febrero, Miércoles de Ceniza, horas antes de que llegase la carta de la Universidad de Cambridge ofreciéndole el puesto de lector.